Teoría Sociológica de Émile Durkheim

 





 La tradición sociológica suelen ubicar a Émile Durkheim entre aquellos autores que parten de la observación de la totalidad social y buscan explicar los hechos sociales a través de relaciones causales (Nisbet, 1969; Zeitlin, 1970; Gouldner, 1973; Giddens, 1992; Habermas, 1987).

 

Durkheim es considerado como uno de los principales defensores de una visión estructural de la realidad social, que desarrolla una perspectiva interesada sobre todo en el peso de los condicionamientos objetivos y aboga por una ciencia social que capte las regularidades empíricas en el funcionamiento de las instituciones colectivas.

 

En las presentaciones canónicas de la obra de Durkheim, la acción humana tiende a disolverse en sus determinaciones estructurales y no existe espacio para un comportamiento significativo susceptible de interpretación. Esta última perspectiva ha sido, sin embargo, la clave en las teorías sociológicas de la acción. Tanto la sociología comprensiva (Weber, 1922; Schütz, 1972 y 1974) como el interaccionismo simbólico (Mead, 1973; Blumer, 1982; Goffman, 1997) parten de la concepción de un individuo que interviene en un mundo compartido con otros, para luego procurar una aproximación cualitativa y singular de los problemas relativos al significado que afloran en el desarrollo de la acción. 

 

Si la primera perspectiva es el punto de partida de una sociología crítica que puede revelar los mecanismos ocultos de funcionamiento de la sociedad

La segunda ofrece herramientas para una concepción dinámica de la realidad que evita la naturalización de lo que se presenta como dado y permite pensar el cambio social desde la perspectiva de la agencia de los seres humanos en su mundo compartido.

 

Durkheim nos está diciendo que hay acciones morales y acciones no morales. Las primeras suponen la preexistencia de reglas que guían la acción antes de su realización. Pero frente a estas acciones morales —entre las que el deber constituye el caso límite—, hay otras que no lo son.

 

Según nos representemos a la sociedad en un aspecto o en el otro [como algo que se nos impone, o como algo que amamos], se nos aparecerá como un poder que nos impone la ley o como un ser amado al que nos entregamos; y, según si nuestra acción está determinada por una u otra de estas representaciones, actuaremos por respeto al deber o por amor del bien [...]. Para hablar con rigor, nunca actuamos completamente por puro deber, ni completamente por puro amor al ideal; en la práctica, uno de estos sentimientos acompaña siempre al otro, al menos como auxiliar y complemento. Hay pocos hombres, si existe alguno, que puedan cumplir con su deber porque es el deber, sin tener al menos una consciencia oscura de que el acto prescrito es bueno en algún sentido; en una palabra, sin ser proclives a ellos por alguna inclinación natural de su sensibilidad (Durkheim, 1992a [1925]: 72-73;).

 

 

 

 

Durkheim, E. (2011) [1883], "El rol de los grandes hombres en la historia", en Escritos políticos, Barcelona: Gedisa, pp. 47-57.   

https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632014000300012

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